El porqué de este blog.

Con mi algo de experiencia profesional en comercio internacional y algo más en el uso de la información que se hace en este campo, quiero recoger en este blog aquellas opiniones, argumentaciones o diagnósticos que nos aporten más conocimiento en materia de IEI.
Y continuar así mi recorrido por la Inteligencia Económica que empecé allá por 1996, en París.

Estoy convencida de que la Inteligencia Económica Internacional es una potente herramienta para reforzar la competitividad de las empresas españolas, de los profesionales y de los expertos públicos o privados en el campo del comercio internacional.

Espero compartir opiniones, debates y propuestas, siempre con un enfoque abierto a los escenarios globales.
Y no sólo en este blog: espero también en ASEPIC, Asociación Española para la Promoción de la Inteligencia Competiva, de la que soy socio individual (www.asepic.com.es).

Inés Robredo.

sábado, 18 de julio de 2009

"Travaillez, prenez de la peine, c'est le fonds qui manque le moins" - La Fontaine,

"Travaillez, prenez de la peine,
C'est le fonds que manque le moins."
de Jean de la Fontaine (Le laboureur et ses enfants)

Sobre un reciente libro de Fernando Trías de Bes, y otro de Julio de la Vega
Fuente: elsemanaldigital.com - julio 2009
http://www.elsemanaldigital.com/articulos.asp?idarticulo=98670

"LECTURA RECOMENDADA
La codicia contagió a todos, o dónde está la solución de la crisis, Pascual Tamburri Bariain -
Hay precedentes para esta crisis, pero son todos espantosos. Nunca la especulación ha hecho pobres a tantos y por tanto tiempo como en 2009. Somos necios y olvidamos la templanza.
17 de julio de 2009

LA ESPECULACIÓN CREA RUINA
- Fernando Trías de Bes,
El hombre que cambió su casa por un tulipán. Qué podemos aprender de la crisis y cómo evitar que vuelva a suceder.
Temas de Hoy, Madrid, 2009. 254 pp. 18,50 €
CONTRA EL MATERIALISMO
- Julio de la Vega,
Educar en la templanza.
Ediciones Cristiandad, Madrid, 2009. 190 pp. 17,50 €

Desde que hay economía hay crisis. Que haya altibajos en la riqueza de los individuos y de las sociedades es normal, siempre ha sucedido y siempre sucederá porque ninguna de las utopías románticas ha llevado a nada bueno. Y también es normal que en tiempos de crisis la riqueza cambie de manos, es decir que tenga unas víctimas –generalmente muchos- y unos beneficiarios –habitualmente pocos y hábiles. Lo que no es tan normal es la naturaleza especulativa de las crisis de las economías capitalistas, que marcan eras. Fernando Trías de Bes ha buscado en el pasado de nuestro sistema económico los precedentes de lo que hoy padecemos. El resultado es aterrador.

Trías de Bes explica que el dinero "en sí no es productivo; lo productivo es el trabajo", y por esa razón cuando hay una masa de dinero disponible busca algo cuyo precio esté aumentando para obtener un beneficio que por sí mismo no puede generar. En una economía no capitalista esto puede no suceder, y si sucede no es tan dramático como en nuestro mundo, en el que el orden político y social se subordina a la economía. En el pasado ha habido recesiones sin burbuja especulativa de los precios, recesiones con una burbuja financiada con el ahorro (y con la destrucción del mismo y su acumulación en otras manos: fue el caso de los tulipanes holandeses en el siglo XVII), recesiones con burbujas especulativas financiadas con préstamos (los bancos de hecho generan dinero, como en la crisis de las empresas Puntocom) y recesiones con burbujas financiadas por el sistema financiero internacional, como la Gran Depresión global de 1929.

También ha habido crisis especulativas en las que los bancos refinanciaron la morosidad, multiplicando el daño, y en las que el objeto de especulación era un bien de primera necesidad, una casa y no un tulipán, por ejemplo. Pues bien, nuestra crisis de 2008 tiene por primera vez las características acumuladas de todos estos tipos de crisis. Ninguna de las cuales encontró, por cierto, una solución fácil.Si el dinero fuese aún un simple medio de intercambio nada de esto sucedería. Pero se ha convertido en un bien en sí mismo, y en realidad en la razón de ser para muchos de la vida en sociedad. Una crisis es mucho más que un problema técnico: es ya un drama vital. "El problema es que la economía no es una ciencia sino, como reza la frase atribuida al economista inglés Alfred Marshall, ´un vano intento de narrar psicología´" .

Trías de Bes denomina "Síndrome del necio" a nuestra tendencia colectiva, dados los valores en los que de fundamente nuestra convivencia y la visión del mundo de nuestro siglo, a repetir errores ya conocidos. En 2009 es el momento de la humildad, de reconocer todo lo que colectivamente hemos hecho mal y de asumir que las soluciones no pueden ser una continuación de lo ya existente. Rompiendo lanzas contra la corrección política, Trías de Bes niega que los años pasados fuesen de bonanza para todos –la retribución del trabajo pesa en nuestra economía mucho menos que la del capital y de la especulación, y desde luego mucho menos que en pleno franquismo- y no niega que en futuro haya que recurrir fórmulas hasta ahora descartadas por keynesianas.

Estamos en crisis. Un crisis única en su género pero perfectamente comprensible; una crisis con muchas víctimas, con algunos enriquecidos y con muchas cosas por aprender. Cosas que Trías de Bes recoge de manera amena y que nuestros mayores a veces conocían mejor que nosotros. El progreso no deja de ser una convención ideológica.

¿Tiene sentido la vida en medio de la crisis?
Vivimos rodeados de gente triste. La crisis ha generado tristeza, lo que es bastante lógico en una sociedad que se veía feliz cuando se consideraba rica. Sin embargo, ahora somos pobres. Quizás no mucho más que hace dos años, pero sí más conscientes de la realidad tras la explosión de tantas burbujas, con o sin tulipanes. ¿Y ahora, qué?

Julio de la Vega propone en retorno a una vieja virtud que, en realidad, es más humana que cristiana. Cierto, el cristianismo añadió una dimensión trascendente a la moderación en los placeres y en el uso de los bienes materiales, pero toda la tradición europea está empapada de esta virtud. Durante milenios y de muy diferentes maneras nuestros antepasados se educaron precisamente en la templanza, no por no tener otra alternativa sino por la convicción de que la verdadera riqueza no está en la posesión de cosas tangibles. A esta crisis hemos llegado, en cambio, con unas cuantas generaciones nacidas y crecidas en y para lo superfluo. ¿Qué pasará?

Leyendo a De la Vega, como a muchos de sus gloriosos precursores, las cosas resultan bastante claras y serenas. Se puede ser objetivamente y ser feliz, se puede vivir digna y aun alegremente en la pobreza si se ha recibido una educación que no coloque el uso y abuso de lo material en la cima de lo humano. Y se puede en cambio ser enormemente infeliz siendo objetivamente rico, siempre que se haya cifrado la felicidad en la posesión de más cosas, en el abuso de más bienes, en la consecución de más placeres, en una carrera que no tiene fin y que, en consecuencia, siempre terminará mal.

Siempre ha habido crisis económicas, como en toda vida humana siempre hay momentos de mayor y de menor riqueza material. La templanza, educada en la infancia y en la juventud, aporta la certeza de no depender de lo material para ser feliz. No es sólo una virtud cristiana pero con seguridad no es una virtud propia del liberal-capitalismo.

No hace falta ser Max Weber para comprender que la visión del mundo católica –que incluye la templanza- es diferente de la capitalista –que presume el egoísmo general y absoluto. Cuando la meta de una vida y su justificación es la riqueza y el placer uno será un fiero competidor en cualquier mercado libre, pero será también y muy probablemente un hombre o una mujer infeliz a la hora de rendir cuentas. Y rendimos cuentas al morir, pero también lo hacemos cuando la mano invisible de los mercados (que no es ni anónima ni invisible, en realidad) se lleva por delante nuestras certezas materiales.

Julio de la Vega ha escrito un pequeño ensayo, clásico en su contenido y moderno en su forma, que conviene especialmente a los padres y educadores de estos tiempos de crisis. La codicia de algunos se convirtió en norma de convivencia, y la sociedad se creyó opulenta. Cuando las vacas gordas ya han pasado hay que volver a educar a los que nos seguirán en una virtud necesaria para no buscar el sentido de la vida donde no está. No sólo podemos vivir con menos y sobrevivir a una recesión estructural de décadas, sino que en medio de una situación así podrá haber felicidad, grandeza, cultura, saber, dignidad y altruismo. Educar en la templanza no es sólo un retorno a lo que siempre fuimos, sino una inversión de futuro: un futuro en el que el valor de las personas no se medirá en monedas. Para eso educamos, y si lo hubiésemos hecho antes la crisis no tendría las consecuencias morales que ya se entrevén."

IR: ¡Buenas lecturas de verano!

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